Revista RE, Gener 2023 – Número 113
Maria Pàrraga Escolà
Mestra i Pedagoga

«El edadismo nunca debe ser discriminatorio, todos y todas sumamos, formamos parte de la tribu, tan bien entendida en según qué civilizaciones y qué otra riqueza humana no tendríamos si nos lo creyéramos en serio y se pusiera en práctica»

 

Una persona se distingue de las demás por la cantidad de condicionantes que la hacen diferente al resto. Pueden ser distinciones ocasionales, intrínsecas, culturales, de procedencia o de época y etapas de la vida, entre otros.

Dice el filósofo: «Toda persona es una minoría». Gran verdad y al mismo tiempo y al fondo, tampoco somos tan diferentes, pero nos distinguimos perfectamente uno del otro. ¡Nuestras distinciones a veces las llevamos agradosamente y otras acompañadas del no hay más remedio!

Se ha hecho y todavía se hace una gran distinción por motivos de edad, de fases de la vida y constatamos que la eterna juventud es la más apreciada por la mayoría. En gran parte, tanto por arriba como por abajo, lo más valorado y deseable es “ser o aparentar ser todavía joven”.

La juventud es una etapa preciosa de la vida, la niñez es comparable, ahora que vivo mucho en labrador, donde se prepara el terreno para hacer una buena plantación pretendiendo tener una buena cosecha más adelante, por tanto es imprescindible tener una buena infancia. La edad madura es donde uno/a disfruta de la buena cosecha y de eso no se puede estar y cuando te haces mayor estás orgulloso/a del proceso de tu vida y a diario en mujeres gracias. Ir llorando de lo que hubieras podido hacer y no has hecho no te reporta nada, mientras que sentir que tu paso ha merecido la pena y todavía tienes oportunidades, no tiene precio.

Hasta el último día debes sentirte útil y necesario para participar en este mundo y, cada uno a su medida y posibilidades, poder mejorarlo.
Es desafortunada la frase de… ‘en mi época’. Mientras vives, es tu época. ¡Siempre!

El edadismo nunca debe ser discriminatorio, todos y todas sumamos, formamos parte de la tribu, tan bien entendida en según qué civilizaciones y qué otra riqueza humana no tendríamos si nos lo creyéramos en serio y se pusiera en práctica.

El pasado octubre en la revista Sapiens había un reportaje sobre el esclavismo. Me ha sobrecogido a los niños y niñas que, con menos de diez años, en plena vulnerabilidad e indefensión, en pleno siglo XXI, en según qué países que todos sabemos, están realizando trabajos en condiciones infrahumanas. Su edad no tiene fuerza moral para defender sus derechos ni hay nadie que lo haga por ellos, por el contrario, nos aprovechamos de esta circunstancia para abaratar costes, para tener más poder adquisitivo y hacernos cómplices de la explotación a la que están sometidos adquiriendo alegremente los productos que ellos hacen o manipulan y otros los comercializan.

Se habla mucho, sobre todo en nombre de la pandemia, de las personas mayores. Se han hecho importantes y visibles como nunca y la seguridad que ofrecían en algunos hogares al tener la pensión mensual segura aún les ha hecho más necesarios. El maltrato que algunos han recibido al ser discriminados a tener una atención médica por motivo de la epidemia lo hemos pasado de puntillas, hemos mirado hacia el otro lado y, quizás sí que era obvio aunque no estoy mucho convencida y hemos intentado justificarlo, o decían se podía justificar, comienzan tiempo de guerra.

Es verdad que por circunstancias de la actualidad se está hablando mucho de la vejez, tanto por bien como por mal y creo que es valioso que se haga.

A la vez también hay ganas de hacer una buena pedagogía con los más pequeños, aunque hay temas que nadie se plantea y podrían cambiar las cosas muy rara vez si se pensara más en serio tanto en unos como en otros , facilitando herramientas que de verdad den calidad de vida como, crear ciudades o espacios donde esté cómodo y seguro todo el mundo, dar más relieve a la naturaleza incorporándola a nuestro hacer diario menguando contaminación, facilitar el uso de los utensilios ordinarios para todas las circunstancias y edades (hay envases imposibles de abrir sin ayuda y lugares inaccesibles para movilidades limitadas) y sobre todo sensibilizar y dar relieve a todos los momentos que nos toca vivir, sin despreciar ninguna.

Niños prodigio, con voz, reclaman a dirigentes del mundo que su influencia sirva para conseguir metas y no quedarse sólo en promesas.

El uso de frases peyorativas o actitudes ante según qué situaciones o distinciones, marcadas por la edad o etapa, deben estar totalmente abolidas y todo esto no es fácil pues la rutina nos lleva a incorporarlas a nuestro hacer diario sin darnos cuenta, dando más expresividad a situaciones que nos pasarían totalmente desapercibidas.

Una persona muy cercana me resaltaba que cuando hablábamos de soledad inmediatamente la asociábamos a la etapa de la vejez y añadía que qué ignorancia demostramos al no hacer evidente la soledad de muchas otras etapas, a pesar de estar rodeado, físicamente, de personas. Actualmente más que nunca deberíamos mencionar la soledad de muchos adolescentes y prestar atención a la falsa solución que se adopta con los suicidios cada vez más frecuentes.

Creo que todo el proceso vital de cualquier ser vivo que puede decidir, que es y se siente libre, forma parte de un engranaje en el que una cadena va condicionando a la otra y no podemos perder sábanas en ningún momento, todos son importantes.

La gran crisis del adolescente